El comienzo del fin del coronel Labbé

Cristián Labbé nació hace 63 años en el seno de una familia militar. A los 15 entró en la Escuela Militar, donde siguió la rama de caballería y se especializó posteriormente como boina negra. Inmediatamente después del golpe militar se unió a la DINA, formando parte del equipo de seguridad de Pinochet. A raíz de esta participación, se lo ha vinculado a varios casos de violaciones a los derechos humanos, aun cuando nunca ha sido inculpado.

Cuando advino la democracia, el retirado coronel Labbé vio su oportunidad de sacar partido de esta rara cosa llamada elecciones libres. Se inscribió de candidato a diputado por Temuco, pero obtuvo un magro 6%. Un par de años después lo pensó mejor, y eligió como objetivo la alcaldía de Providencia, una comuna acomodada, tradicionalmente de derecha (ambas cosas por lo general van juntas) y con población de edad.

Sacó el 29% de los votos y, democráticamente, empezó a ejercer de alcalde. El hecho de haber estado en la DINA, situaba a este voluminoso ex militar con predilección por la gomina, en el límite de lo tolerable para la transición chilena y, por lo mismo, su figura constituyó una delicada oportunidad de integración a la vida democrática por parte de los sectores más recalcitrantes de la derecha.

Es necesario reconocer que, en términos de gestión, la alcaldía de Labbé ha sido relativamente exitosa. Aceleró los trámites municipales, organizó la seguridad y hasta hizo ciclovías. Lo más sorprendente fue un improbable énfasis en la cultura, y hay que aceptar hidalgamente que las bibliotecas de la comuna han sido un aporte. Todo esto sin duda ha influido en que haya salido reelecto tres veces consecutivas, alcanzando en la última elección más de un 60% de los votos.

Es natural que los adversarios de Labbé (grupo en el cual me inscribo), intenten desacreditar estos logros, pero yo creo que es mejor reconocerlos, pues plantea el debate por la sucesión en términos más de fondo. Es evidente que Labbé no está en la mira de todo el país por la calidad de su gestión, sino por algo mucho más importante. En su figura, la sociedad chilena observa la capacidad de un ex miembro de la DINA y pinochetista acérrimo, de integrarse de manera adecuada en la vida cívica nacional, y respetar las normas democráticas y los principios básicos de tolerancia y dignidad de las personas.

Es en este sentido que Labbé será juzgado y su desempeño al respecto ha sido paupérrimo, o más precisamente grotesco.

Los primeros arrestos autoritarios del ex coronel surgieron cuando Pinochet fue detenido en Londres, hecho que evidentemente lo descompensó, llevándolo a protagonizar la reacción completamente infantil de negarse a retirar la basura de la Embajada de España. Esta rabieta inaceptable —aun cuando de consecuencias reducidas— fue seguida el año 2006 por una reacción derechamente represiva y autoritaria contra los alumnos de su comuna que participaron de la llamada revolución pingüina.

Es claro que la impunidad envalentonó a Labbé. Pienso también que la llegada de la derecha al poder tuvo el efecto de acentuar su ya marcada tendencia al autoritarismo y desprecio por la ley. Es probable que Labbé, en conjunto con un grupo de ex militares y los sectores más duros de la derecha, haya pensado que el gobierno de Piñera constituiría una especie de revancha, la oportunidad de volver a imponer los términos autoritarios y abusadores de la Dictadura en la que habían participado.

El movimiento estudiantil del año pasado le ofreció la oportunidad ideal para poner a prueba esta tesis. Mandó desalojar colegios, expulsó alumnos y se dio tiempo para realizar todo tipo de declaraciones discriminatorias y clasistas que causaron justificado revuelo nacional, y lo fueron dejando progresivamente solo.

La gota que rebasó el vaso, sin embargo, ocurrió unos meses después, cuando decidió “prestar” el Club Providencia para un homenaje a Miguel Krassnoff, una de las figuras más siniestras de la Dictadura, inculpado de un sinnúmero de casos de violaciones a los derechos humanos, y condenado por el secuestro y la desaparición de personas.

Presentado como una celebración de la quinta edición de un libro, pocos han reparado en que esta excusa fue, casi con toda certeza, una mentira baja y absurda. Es completamente inverosímil que este libro haya vendido siquiera una edición, aunque sea de 300 ejemplares, así como lo es el hecho de que Labbé haya simplemente “prestado” el Club para la “celebración”.

Obviamente se trató en realidad de una operación política, urdida por ex militares, con el objeto de ofrecer una visión revisionista del Golpe Militar y las violaciones a los derechos humanos, e imprimir un nuevo sentido a la opinión política imperante respecto al tema. La tontería de la quinta edición del libro no es más que una charada, grotesca y cobarde, para obtener repercusión pública.

Este homenaje a un militar condenado por secuestro y desaparición de personas, pasó todos los límites, no voy a decir políticos, ni siquiera morales, sino que simplemente humanos. Es una vergüenza, y una aberración que se realice un homenaje público a alguien que la misma justicia ha condenado por violaciones reiteradas a los derechos humanos.

Obviamente el asunto generó un revuelo público nacional y Labbé terminó de perder su ya carcomida identidad de un militar de la dictadura que había sido capaz de integrarse en la vida política nacional con algún grado de aprobación, y se reveló como lo que realmente es: un coronel reaccionario, sin ningún respeto por los derechos humanos ni la dignidad de las personas, que esconde bajo una falsa coartada de lealtad militar, una actitud represiva y en el fondo cobarde.

Probablemente en una parte de su consciencia Labbé piensa que los vecinos de Providencia, sobre todo aquellos de derecha y más conservadores, van a respaldar de alguna forma esta violación flagrante de los principios más básicos de la convivencia cívica y la dignidad humana.

Yo pienso que no, y que Labbé va a perder para siempre el sillón edilicio. Incluso la gente de derecha, por muy conservadora o apegada al orden que sea, se da cuenta que todo tiene un límite. Que una cosa es haber participado en el gobierno de Pinochet, y otra es rendirle homenajes a presos condenados por violaciones a los derechos humanos. Que una cosa es ser partidario de una disciplina escolar estricta, y otra es expulsar alumnos, discriminarlos por la comuna en que viven. Que una cosa es defender las ideas propias con convicción y otra distinta incumplir la ley para recaer en un comportamiento abusivo y violento.

Por todas estas razones, creo que Labbé no va ser reelegido alcalde. Creo también que en lo profundo de su engominada cabeza militar, Labbé lo sabe, quizás incluso lo desea. Lo más trágico de su actitud y sus dichos es precisamente eso, que revelan un total desprecio por las nuevas reglas democráticas, un deseo de hundirse con sus ideas autoritarias e intolerantes.

Con él se va ir lo peor de la derecha chilena: no los más retrógrados ni los más libremercadistas, sino los que simplemente no quieren adaptarse a un país más justo y democrático, donde todos tenemos los mismos derechos y no simplemente los derechos que una cúpula de poder decide otorgarnos.

Por Pablo Torche

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