El falso progresismo de Soltera otra vez (y de las nocturnas en general)

Por Pablo Torche

Después de la Dictadura, cualquier manifestación de libertad, apertura y rebeldía, era sana y oxigenante en sí misma . Esto era necesario y de alguna forma imprescindible después de más 15 años en que un grupo de cuatro personas decidían lo que la gente podía o no podía hacer, incluso con su vida privada, como si el conjunto del país fuera un curso de enseñanza básica de un colegio.

En los primeros años de la transición, cualquier gesto de liberación podía ser considerado  progresista, porque significaba una liberación de las ataduras autoritarias. Fue además la época en que se modificaron los retrógrados planes de educación sexual de los colegios, se eliminaron instancias increíbles de censura y se comenzaron a desenmascarar a los poderes fácticos y las estructuras de opresión cultural, que tenían a Chile viviendo en una especie de claustro medieval.

Sin embargo, bien pronto este movimiento de carácter “progresista” se quedo en un puro gesto vacío, sin ningún contenido, una especie de progresismo de cartón, que parecía pensar que sólo con decir “teta” y “poto” bastaba para generar una renovación cultural y valórica de fondo. Al final, este supuesto impulso progresista ha terminado siendo cómplice de una banalización y mercantilización de la cultura, que en vez de promover una verdadera apertura en los valores y las costumbres, ha terminado por perpetuar la represión y estrechez de miras de nuestra sociedad.

En ninguna parte esto es más claro que en el exitoso género de las teleseries nocturnas, que es quizás el producto televisivo más rentable de la última década. Bajo una supuesta coartada de progresismo y apertura sexual, estas teleseries en el fondo son una elegía al morbo y el conservadurismo encubierto.

Peor aún, en vez de una visión mas fresca y abierta de la sexualidad, lo que muestran en realidad es una sexualidad patologizada, muchas veces degradada y esclavizante, a veces de manera literal (el poder para la metáfora de nuestros creadores no es muy elevado). No hay disfrute de la sexualidad en estas teleseries, para no hablar de autorrealización personal, o aunque sea alegría, entretención. La sexualidad es siempre presentada como algo enfermizo, incontrolable, amenazante, que conduce al crimen, o a lo menos al dolor, el drama y el sufrimiento.

Bajo el pretexto de una mayor apertura para enfrentar el tema abiertamente, lo que se ofrece en realidad es una visión extremadamente represiva del tema, que apela al morbo y a los temores ancestrales relacionados con la intimidad,  obviamente con objetivos de comerciales y de mercado. Los excelentes resultados de rating de estas teleseries son sintomáticos del largo sueño de un país que se cree progresista, y que de alguna forma sigue apresado en los mismos prejuicios morales.

Un ejemplo claro de esto es Soltera Otra Vez, que realmente es tan machista que llega a resultar llamativo que ninguna organización feminista haya emitido aunque sea un reclamo al respecto. Prácticamente todos los personajes femeninos de esta  teleserie son completamente dependientes de los hombres, al punto que este es el único tema que copa toda su conversación. Ya sea para obtener un compromiso matrimonial, o para superar un quiebre de pareja, o por dependencia económica, o por atracción sexual, o por celos, su única preocupación es el sexo opuesto.

Ninguna tiene la independencia o autonomía que les permitan configurar otras preocupaciones o intereses en su vida, o aunque sea hobbies. Por más que bien actuadas y divertidas, la chatura y cortedad de miras de estos personajes es tan acentuada que muchas veces  sinceramente parece rayana en el retardo mental.

Los hombres también son presentados como estereotipos rígidos y unívocos, que ya no hacen ningún sentido y a veces resultan casi decimonónicos: el hombre es completamente dependiente de la belleza física de la rubia escultural, sin ninguna neurona para establecer una relación más profunda, o elaborar una idea propia por encima de la atracción física, y que, por supuesto, sólo quiere mantenerse alejado del compromiso. No hay nada “progresista” en esta teleserie, en ninguno de los sentidos de este término lato y abusado, todo es anticuado, machista y, según la elocuente palabra que ocupamos en Chile, “cartucho”.

Es muy sintomático que nunca haya aparecido en ninguna de las teleseries nocturnas, por ejemplo, un personaje que sea “experto en la cama” en “cuestiones de sexo” (ya sea hombre o mujer), lo que sin duda se prestaría para un sinfín de situaciones cómicas o hilos dramáticos. Tampoco aparecen casi nunca parejas que disfruten la sexualidad de manera divertida, tampoco se ha visto nunca un chiste o talla referida a la masturbación o al sexo oral, como bien se mencionan con frecuencia, por ejemplo, en “Friends” o en  las comedias románticas hollywoodenses que son en general mucho más cautas al respecto.

Todo el progresismo de las teleseries nocturnas en Chile se reduce a decir garabatos o hablar libremente de “echarse un polvo”. Pero esto no tiene nada de progresista, es incluso reprimido, ni siquiera adolescente sino que infantil, como un niño que le gusta decir “poto” delante del papa, como si solo con esto fuera grande.

En realidad, más allá del éxito comercial, o precisamente a causa de éste, estas teleseries son un buen reflejo del estado del supuesto “progresismo” de nuestra sociedad.

Un país que no sólo tiene grandes problemas para distender sus hábitos y moral sexual, y disfrutar la sexualidad de manera mas abierta y libre, sino que, peor aun, vive en la ilusión de que ya hemos madurado y somos “grandes” sólo por decir un para de palabras sexuales, o mostrar un topless en televisión, cuando en realidad seguimos en la misma represión, con el condimento ahora del morbo y la banalización, cuyos únicos réditos son los beneficios comerciales y de marketing: un progresismo de mercado.

 

Publicado en El Dínamo, Agosto 2012

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